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    La Cenicienta, la Sirenita y las mujeres que están eternamente “a prueba”

    09/12/2014 Sociedad
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    “Si adelgazas 20 kilos, te pido que seas mi novia”; “Cambia tu forma de vestir, porque ya eres una señora”; “No te pongas escote”; “No te pintes”; “¿Por qué no eres más atenta conmigo?”; “Deberías aprender a cocinar. Hay muchos tutoriales en youtube”; “No te pido mucho, sólo que cambies tu forma de pensar”. Podríamos nombrar cientos de frases que, todos los días, hombres pronuncian en forma de peticiones a sus parejas. Ellas, quienes siempre se sienten a prueba, batallan todos los días por encajar en la zapatilla de cristal que su príncipe azul les mide frecuentemente.

    “La impostura” es uno de los cuatro “pecados capitales” que enumera la psicoanalista Mariela Michelena en el bestseller “Mujeres malqueridas”. Es decir, una de las cuatro situaciones insanas en que las mujeres dejan colocarse por sus parejas. Esta impostura, nos hace sentir siempre por debajo de nuestro valor, pues nunca somos “lo suficiente”.

    Dice Michelena: “Hay mujeres brillantes, extraordinarias, que están con un hombre que no las merece. A veces pensamos que porque nos quiere estamos obligadas a perdonarlo todo”. Este tipo de violencia psicológica, no siempre es explícita, se enmascara con la frase: “tú me gustas tal como eres; lo que te pido es sólo por tu bien”.

    No importa de qué manera se plantee, la impostura nos hace sentir siempre fuera de lugar. En la versión original de La Cenicienta de los hermanos Grimm, podemos leer lo que hacen las hermanastras para caber en el pequeño zapatito: una se corta los dedos y, la otra, se rebana el talón. Se pregunta Mariela Michelena: “¿Cuántas mujeres brillantes y exitosas disimulan y esconden sus triunfos para no desmerecer a sus parejas? ¿Cuántas se hacen pasar por tontas con tal de no asustar al pobre príncipe? Que alguien oculte sus defectos para seducir, vale, pero ¿disimular las virtudes y los logros para sentirse aceptada?”.

    Y agrega: “Hablamos del Síndrome de Cenicienta para referirnos a esa mujer que vive con la sensación de impostura y bajo la amenaza constante de ser descubierta en el disfraz. Independientemente de sus logros personales y profesionales, la mujer-cenicienta se siente con su pareja como una becaria en eterno período de prueba: con la sensación de que siempre tendrá algo que ocultar y algo por demostrar. ¡No puede ser ella misma junto a su pareja, ni se siente cómoda en sus zapatos!”.

    ¿Por qué muchas mujeres sufren la impostura? Por la certeza del final feliz. Porque creemos que el “estar a prueba” es temporal. Porque conservamos la esperanza de que ese príncipe un día voltee a vernos y nos acepte tal como somos. Porque esperamos el día en que él se comprometa.

    Aunque Mariela Michelena ejemplifica este “pecado capital” con la Cenicienta, a mí también me recuerda a La Sirenita, aquella que cambia su aleta por piernas, que sacrifica su dulce voz y, todo, por estar junto a su príncipe.

    Como afirma la investigadora en Género, Carmen Cantillo Valero: “Ariel está dispuesta a dejarlo todo por formar parte de su príncipe azul. No le importa modificar su aspecto o incluso perder alguna de sus facultades por conseguir su ideal, pero esta ilusión no está enfocada a sí misma: […] sino a anularse como persona, […] solo será una parte de otro ser, de un hombre”. Representa el papel de la mujer masculino-dependiente y lo pone de manifiesto en sus planteamientos de vida, llegando a unos extremos donde la renuncia es la principal característica. Es la princesa de la renuncia”.

    La impostura nunca nos ayudará a ser lo que el príncipe desea por la sencilla razón de que somos seres incompletos, inconformes, imperfectos y, el completar al otro, es sólo una fantasía que nunca se convertirá en realidad.

    Aún en los cuentos fantásticos, a las mujeres que aceptan la impostura, no les va bien. ¿Qué le sucede a La Sirenita? Hablo del final de la historia original, escrita por Hans Christian Andersen: no logra el amor de su príncipe, y se convierte en espuma de mar. Seguramente eso pasará con las mujeres que se empeñan en dejarse medir la zapatilla de cristal todos los días: llegará el tiempo donde volteen hacia atrás y vean que han sido reducidas a casi nada.

    Columna de Aidée Cervantes

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