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    Enrique Olmos, el ladrón de libros

    27/08/2015 Sociedad
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    Nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie ni seré nadie más que uno de los 16 hijos del telegrafista de Aracataca.

    Gabriel García Márquez

    En “Genealogía de la soberbia intelectual”, Enrique Serna, expone las razones por las cuales este sentimiento de valoración de uno mismo por encima de los demás es particularmente perniciosa entre la intelectualidad, la cual explicó al periodista Héctor Cruz para el suplemento cultural de Chilango.com:

    “La soberbia es uno de los 7 pecados capitales y por lo tanto se da entre personas de todos los oficios y todas las profesiones, pero la soberbia intelectual, tiene una particularidad, que es muy nociva, dificulta la difusión cultural y obstaculiza la circulación de las ideas, normalmente los escritores y los intelectuales queremos transmitir emociones, ideas, pero cuando la principal obsesión de un hombre de letras es reafirmar su superioridad sobre los demás, en particular sobre el hombre común, entonces se produce un divorcio entre las élites y el público (…)”.

    En días pasados, durante la Feria Universitaria del Libro (FUL), sucedió un acto que muestra los efectos negativos de la soberbia intelectual. Sin ninguna empatía hacia las personas que dedican su vida a vender libros, el autor Enrique Olmos convirtió la presentación de su obra Hikikomori 2.0, en un debate donde exhortó a la audiencia a robar libros —argumentando que, de esa manera, él pudo terminar su licenciatura y maestría— provocando el enojo de, al menos, dos expositores quienes le expresaron su irritación.

    Cuando leí la nota escrita por Jorge A. Romero publicada en el diario El Independiente de Hidalgo, no me sorprendió en absoluto que Olmos se haya atrevido a realizar esta incitación pues de esa forma conocí, hace más de una década, al joven Olmos. En ese entonces, yo dirigía una revista. A mis manos llegó un texto formidable que se titulaba “Yo soy Enrique Olmos”: una narración divertida, honesta, introspectiva, la cual no sólo revelaba las costumbres y manías de este novel y jovencísimo autor sino, también, su genialidad como narrador. Semanas después de publicado este texto, y navegando por la red constaté, con enorme sorpresa y enojo, que esa narración no era más que un “copy paste” de un original titulado: “Yo soy Agustín Cadena”. Reclamé al entonces editor de Cultura de la revista, Daniel Fragoso, el haber permitido que publicáramos un texto plagiado.

    Fragoso se comunicó con Olmos y él se disculpó diciendo que se había tratado de un error, pues dicho texto era una tarea para un taller que cursaba con el escritor Agustín Cadena. Con la preocupación de ser responsable de esa publicación y con la confianza de amigos, comenté el incidente con Agustín, quien me informó que conocía a Enrique pero que no era, ni había sido nunca su alumno en ningún taller literario; también, me hizo ver que el hecho no le parecía importante, pues no era la primera persona que hacía algo así con un texto de su autoría.

    Años más tarde, cuando trabajé como reportera en el diario Síntesis, llegó a mis manos un CD con una conversación grabada de un correo donde Enrique Olmos —quien, para ese entonces, ya era un autor de un par de libros, ganador de algunas becas y había trabajado en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes— le daba “recomendaciones” a un escritor local sobre cómo podía abordar e influir a su favor en el jurado que otorgaba las becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), hecho que hice público al verlo como moralmente objetable.

    Desafortunadamente, la redacción del texto y la edición en el impreso no fueron adecuados para evidenciar esa irregularidad que como periodista decidí publicar: la información privilegiada con la que contó Olmos como servidor público y que, por ética, debió reservarse.

    Para la investigación de ese reportaje, accedí a documentos donde pude leer que el segundo apellido de Olmos no es “De Ita”, sino Avilés. Enrique Olmos de Ita, es sólo su seudónimo, ¿acaso para presumir el parentesco que tiene su madre con el dramaturgo Fernando de Ita?

    Posteriormente, he sabido de los múltiples reconocimientos nacionales e internacionales del autor en cuestión, aunque debo confesar que nunca más, después del texto “Yo soy Enrique Olmos”, he leído nada que él haya publicado.

    Recientemente, supe que participó en el coloquio “Literatura y Periodismo” que organizó el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes. Ahí, según una nota que se publicó en el diario Plaza Juárez, Enrique Olmos Avilés afirmó que “todos los medios impresos que hay en Hidalgo son “chayoteros” y manejados por analfabetas”.

    No conforme con esa descalificación a los reporteros, directivos y periodistas hidalguenses, también violentó a otra ponente, “al calificar como “estúpida” la disertación de la escritora Melina González Guzmán, por omitir mencionar en su ponencia a los escritores hidalguenses a Yuri Herrera y Agustín Cadena”.

    Mi espíritu feminista, me hizo repudiar doblemente la actuación de este hombre al cual, no sé si por mala suerte, he conocido en lamentables circunstancias. Y, bueno, quiero decirle a Melina: los insultos que te dijo Olmos Avilés el año pasado, igual y se los cobraron algunos asistentes a la presentación de su libro, hace algunos días. Un vendedor de libros le dijo, al escuchar su invitación a robar libros: “sentado ahí, con tus lentes oscuros, como rocker, y tu gran sabiduría de hombre viejo, eres un mamón”. Después, un librero más “retó a Olmos, le dijo que iba a robar el libro y luego pedirle su firma”, según se lee en la citada nota escrita por Jorge A. Romero.

    Estoy completamente segura de que las personas verdaderamente grandes, se distinguen por su sencillez. Así lo muestra un hermoso poema de “Cicatriz del canto”, el más reciente libro del poeta hidalguense —pero nacido en la Ciudad de México— Diego José: “Arroja tu vanidad entre los espinos, / hazla quemar en un fuego de rosas, / que nunca más retoñe / su pincho envenenado, / que no halle tierra su raíz / ni medio día su arboleda, / arroja tu vanidad a los cuervos: / nada tuyo te pertenece, / ni siquiera lo que has amado / y tan devotamente construiste. / Sé discreto como la hierba / —humilla tu vanidad te lo digo / despierta con el día, / trabaja”.

    Insisto: no me sorprende que Olmos Avilés haya robado libros, plagiado textos, ni despreciado su apellido materno. Alguna vez Agustín Cadena me dijo —en una entrevista que le realicé para mi tesis de licenciatura, sobre literatura hidalguense— que hay escritores que se hacen personajes a sí mismos. Enrique Olmos “de Ita” lo ha logrado al convertirse en un protagonista, que es un autor irreverente, ladrón de libros, dizque experto en literatura hidalguense, violentador verbal de mujeres, aunque, escritor reconocido y ganador de premios nacionales e internacionales. A mí sólo me queda en la mente la descripción del librero: Olmos Avilés es, en definitiva, un mamón.

    Columna de Aidée Cervantes

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