Cada año en las fiestas en honor a San Juan Bautista el panteón de Jaltocán se transforma en un vibrante escenario donde el misticismo y la tradición se entrelazan. El aire se impregna con el dulce y ahumado aroma del copal mezclado con el reconfortante olor a tamales, creando una atmósfera única para la celebración de San Juan Bautista. Aquí, la creencia popular dicta que las almas de los difuntos regresan a su «última morada» para convivir con sus seres queridos, y las familias de Jaltocán acuden puntuales a esta cita ancestral.
La jornada es un crisol de fe y jolgorio. Las familias, compuestas por niños que corretean y adultos mayores que, con paso firme, desafían la pendiente del camino, llegan al cementerio para la bendición de cruces y para llevar ofrendas a sus difuntos. Las tumbas se visten de gala, la mayoría adornadas con flores frescas, un toque de color que este año, aunque la concurrencia fue menor, no dejó de embellecer el lugar. Se especula que las recientes lluvias pudieron haber influido en la asistencia, pero no en el espíritu.
El ambiente es un deleite para los sentidos. El escenario multicolor que crean las ofrendas y las vestimentas de los presentes se complementa con la banda sonora de la celebración: el estruendo de los cohetes, que anuncian la alegría, se fusiona con las melodías vibrantes de las bandas de viento y el son tradicional de los tríos de huapango, que ponen ritmo a este particular reencuentro.
Un detalle que marcó la pauta este año fue la presencia de la efigie de San Juan Bautista en el panteón, una adición significativa a la festividad. Sin embargo, su estancia fue efímera y bajo una estricta condición del sacerdote: la imagen debía regresar a la iglesia antes de la una de la tarde. Una medida comprensible, ya que en años anteriores, la euforia de la celebración había llevado al «olvido» de la figura del santo, perdiéndose en el jolgorio.
A pesar de que este año la afluencia no alcanzó los niveles de otras ediciones, la celebración de San Juan en Jaltocán demostró una vez más que es una tradición profundamente arraigada y vibrante, un puente entre el pasado y el presente, donde el amor por los que ya no están se manifiesta de la forma más colorida y sonora posible.

