Para Arturo Rangel González
El sistema capitalista y el mundo internético han generado un cambio de cultura entre nosotros: vivimos en la era de “lo inmediato” y esperar dos o tres segundos en una descarga, a veces parecen una eternidad. Estos cambios de paradigmas nos han convertido en personas desesperadas, intolerantes, neuróticas si hay que esperar más de diez minutos en una fila de supermercado o en el tráfico vial. La vida pasa rápido, también así nuestras relaciones afectivas.
Año con año, las parejas que contraen matrimonio en nuestro país son menos, y van en aumento aquellas que optan por divorciarse. Esta nueva forma de relacionarnos en pareja, es muy diferente a la de nuestras abuelas y abuelos, quienes veían al matrimonio como un compromiso “hasta que la muerte los separe”. Voltee a su alrededor. Haga un breve recuento de las parejas que ha conocido y cuántas se han separado.
En la época actual, el matrimonio llega a verse como algo que tiene fecha de caducidad. ¿Hasta cuándo durará? Hasta que el amor acabe. Entonces, nos enfrentamos a una terrible realidad: el amor acaba siempre, si no conducimos al corazón. Su pareja, esa persona maravillosa en el inicio, se convertirá en la persona que desmotivará su amor.
Frecuentemente, y sobre todo después de la etapa del enamoramiento, solemos creer que nuestro amor ha disminuido o desaparecido. De cómo sobrevivamos a esta nueva etapa, cuando vemos a nuestra pareja realmente cómo es, con defectos y virtudes, es como podremos crear una relación duradera, o no.
El amor deberá renovarse, y para que una pareja perdure, uno deberá reenamorarse, me ha explicó muchas veces la psicoanalista hidalguense Clara Peláez. ¿Cómo lograrlo? Me parecía imposible.
Sin embargo, llegó hasta a mí una valiosísima guía. Entre las parejas cristianas, es común escuchar la fórmula para que la unión perdure: el cordón de tres dobleces, que significa colocar a Dios en el centro del matrimonio, es decir, entre los dos cónyuges.
Esto no significa, de ninguna manera, que los problemas de las parejas acabarán, pero sí hallan otra forma de solucionarlos.
Algunos investigadores han encontrado una correlación entre la vida espiritual y la satisfacción en el matrimonio; Howard Markman y Scott Stanley concluyeron en uno de sus estudios, que la vida espiritual tiene un efecto favorable en el matrimonio: las parejas que la llevan, tienen menos probabilidades de divorciarse y muestran niveles más altos de satisfacción, así como niveles más bajos de conflicto acerca de cuestiones comunes y un compromiso mayor.
Otro investigador, el doctor Nick Stinnett encontró seis características comunes a la mayoría de los matrimonios y las familias felices; una de ellas: una fe activa y compartida en Dios.
Según datos del Inegi, del año 2000 a 2011, el porcentaje de matrimonios se redujo 19.3 por ciento y el de los divorcios aumentó 74.3 por ciento. Ante tales cifras y experiencias pasadas, debí poner “manos a la obra”. Con mi pareja, realicé “El desafío del amor”, basado en el libro del mismo nombre, donde se detalla un ambicioso programa de cuarenta días para fortalecer las relaciones de pareja.
Hemos concluido este reto y, ahora, debemos cultivar y fortalecer las nuevas 40 características que guiarán nuestro actuar todos los días. Nuestro deseo, es dar testimonio de que, el amor que coloca en el centro a Dios y a la vida espiritual, dura para siempre. Si usted desea hacer lo mismo, le invito a que lea este libro o vea la película “A prueba de fuego”. Usted merece amar y ser amad@ para toda la vida, por la persona que ha elegido: merece vivir un amor para siempre y no convertirse en un producto desechable más de esta época de lo inmediato.
Para recibir sus comentarios, pongo a su disposición este correo: [email protected]